En 1850, la revista Punch definió lo que era un deportista: «Deportista es todo aquel que no solamente ha vigorizado su musculatura y ha desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que en la práctica de ese ejercicio ha aprendido a reprimir su cólera, a ser tolerante con sus compañeros, a no aprovechar una vil ventaja, a sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa y a llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés».

Esta definición queda muy lejos del comportamiento de los deportistas de peinados imposibles, dientes blanquísimos, altivos y soberbios que pueblan las portadas de los periódicos de prensa deportiva.

Sin embargo, en páginas interiores, en diminutas columnas aparecen enormes historias de Rugby, Allblacks que limpian su vestuario, el equipo que despide para siempre al jugador que placó a la arbitra, el campeón que regala su medalla al niño retenido por los policías… Los conquenses cabezones que una vez finiquitado el equipo siguen quedando en los parques para entrenar con la esperanza de que el grupo crezca.

Hablamos hoy de un pequeño deporte poblado por irreductibles jugadores y jugadoras que no aceptó desaparecer y terminó ganando, hablamos con hoy con “A Palos“ Cuenca, de cómo se levanta de la lona, no un jugador, sino un deporte entero.

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