deporte

A Palos

En 1850, la revista Punch definió lo que era un deportista: «Deportista es todo aquel que no solamente ha vigorizado su musculatura y ha desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que en la práctica de ese ejercicio ha aprendido a reprimir su cólera, a ser tolerante con sus compañeros, a no aprovechar una vil ventaja, a sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa y a llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés».

Esta definición queda muy lejos del comportamiento de los deportistas de peinados imposibles, dientes blanquísimos, altivos y soberbios que pueblan las portadas de los periódicos de prensa deportiva.

Sin embargo, en páginas interiores, en diminutas columnas aparecen enormes historias de Rugby, Allblacks que limpian su vestuario, el equipo que despide para siempre al jugador que placó a la arbitra, el campeón que regala su medalla al niño retenido por los policías… Los conquenses cabezones que una vez finiquitado el equipo siguen quedando en los parques para entrenar con la esperanza de que el grupo crezca.

Hablamos hoy de un pequeño deporte poblado por irreductibles jugadores y jugadoras que no aceptó desaparecer y terminó ganando, hablamos con hoy con “A Palos“ Cuenca, de cómo se levanta de la lona, no un jugador, sino un deporte entero.

Barras Bravas

La podredumbre y descomposición del fútbol no es nada nuevo, la conoce cualquiera que en los aledaños de un campo de futbol halla la policía, las aficiones conducidas como ganado, cualquiera que conozca las deudas de los clubes o las cloacas en las que se firman los traspasos.

Más allá de lo pintoresco y lo excesivo, las Barras bravas son el ejemplo más claro de la gangrena que se come el futbol. Mario lo conoce y lo explica desde Tabarca pero con la experiencia del argentino que es.

Juan José Pérez Martínez

Nos fue imposible enmarcarlo en ninguna especialidad médica o humanista. Decidimos derivarlo a medicina general, se ha hecho cargo Publio y su enfermera Valentín. Ellos conocen algo más los miles de recovecos y las inabarcables aristas de este realizador de cine cuyos comunes apellidos han ahuyentado a los adinerados mecenas del celuloide, de este montañero de longevos genes, de este maestro rural, de este genio de verbo acelerado.

Su canción mocho esta a la altura de su talento.

Marathonman

Ha recorrido la distancia que separa Cuenca de New York, 5,759 Kilómetros, con el único fin de terminar consumido, de ser un abatido más entre el batallón de locos que cubrieron los 42 kilómetros que llevan hasta Central Park.

Este hombre que desprecia el chándal, esa prenda caduca propia de yonkis y domingueros, ha disfrutado de su sufrimiento,  se ha deleitado con sus dolores y sus calambres arengado por extraños tremendamente cercanos. Ha sido felicitado sinceramente por desconocidos.

Nuestro Quijote en zapatillas recorrió Nueva York sin ver gigantes en los rascacielos, en son de paz. Desando que el trotar que comenzará cantando «New York, New York» no terminará nunca. Oigan lo que oigan no le quiten mérito a la hazaña de correr un maratón, recuerden esa pancarta que sostenía un espectador: “Si fuera fácil yo también lo haría”.

Ases del ciclismo

Ha llegado  a la clínica un renacentista del deporte,  puedes encontrarle a lomos de una moto, corriendo por el monte, nadando en las piscinas o pedaleando por la mancha en esteparias carreras de montaña.

Pertenece a una curiosa elite, una minoría selecta y destacada que no gana las carreras. Ha salido entre la Jet set del pedal, con el batallón de clase media y con la morralla. Ha recorrido la provincia en la cabeza del pelotón y con los rezagados, con un elegante magiot o vestido de romano, cientos de Kilómetros en furgoneta para correr treinta.

Carreras de montaña sin sombra, riegos que embarran secarrales, etílicos avituallamientos, codazos y voces, generosas viandas, glamurosas galas . . .  este obrero del pedal de un equipo de mineros romanos,  ha visto esto y mucho más y ha vivido para contarlo.