Hemos asistido en pocos días a la muerte, de toda la genialidad, la generosidad y el talento que vivían en la hombruna voz de Dña María Dolores Pradera.

Y al enterramiento del muerto que se resistía a ser llevado a la sepultura, pero los cadáveres a la intemperie siempre terminan apestando. Solo nos ha sorprendido quien cogió la pala.

La cara y la cruz del ser humano. El esplendor de la cantante y la mezquindad del poderoso. La necedad del presidente y el talento de la artista. Los jazmines en el pelo y el olor a podrido del cadáver.

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